“ Claramente lo español ya no estuvo solo”
Los barrios de Buenos Aires fueron tomando sus nombres de los antiguos dueños de las tierras en donde quedaron emplazados, o de las estaciones del ferrocarril que fueron apareciendo, o, como en este caso, del nombre de una parroquia, construída en el siglo XVIII: Nuestra Señora de Balvanera.
Parroquia Nuestra Señora de Balvanera
Estamos en el Abasto, ubicado entre Balvanera y Almagro.
Según se decía en un tiempo que hoy es pasado ya lejano, y que por lo tanto adquiere rasgos de leyenda, hubo en estos pagos fondas y bares, hospedajes y conventillos, prostíbulos y comités políticos, rufianes. Apenas un poco más tarde, hubo incluso “malevaje extrañao que mira sin comprender”… como dice Discépolo en uno de sus tangos.
Hubo una época en que la cercanía de la pampa abierta era un hecho en la ciudad. Ya no se siente esa presencia, ni tampoco es recorrida por hacienda rumorosa.
Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, a espaldas de esa llanura interminable, se levantaron palacios cerrados, y cámaras y antecámaras, como si se hubiera intentado conjurar tanta inmensidad abierta.
Los viajeros que pasaban por aquí, decían que Buenos Aires era hermosa. La abundancia, siempre presente: en las mil reses que se faenaban por día en el abasto, en la cantidad de coches rodando por las calles, en la ropa de la gente, en la plaza repleta de verduras, carnes, pescados.
Ciudad de Buenos Aires en foto de Horacio Coppola
La historia del mercado de abasto comienza a fines del siglo XIX.
Fue habilitado con el nombre de Mercado de Abasto Proveedor, el día 1ero de abril de 1893.
Su estructura es testimonio del desarrollo de la metalurgia nacional. Fue la primera vez que se utilizaron estructuras de hierro fabricadas en Argentina, aquí se fundieron columnas, cañerías y vigas. No era la primera vez que se utilizaba hierro en el país pero siempre, pieza por pieza, había sido importado de Inglaterra.
Adolph von Menzel, La Fundición
Entrando por la puerta principal de la Avenida Corrientes, dos calles cruzándose en escuadra dividían al edificio en cuatro espacios cuadrados cuyo soporte eran 240 columnas de hierro fundido.
Abasto, estructura de hierro
Era tal la amplitud que permitía recibir y almacenar hasta un millón de bolsas de verduras y legumbres que podían ser descargadas de 200 carretas en forma simultánea. Carretas que venían de los pueblos y de las quintas de los suburbios.
Más adelante, en 1934 el edificio se amplió, siendo demolido parte del viejo, y esto ocurrió porque creció mucho la demanda y hubo instalación de frigorífico, fábrica de hielo y la necesidad de un edificio para depósitos. El nuevo edificio recibió el Primer premio municipal de Fachadas en 1937. Fue el más importante mercado de la ciudad, construido en hormigón armado, algo nuevo en ese momento.Todo se comercializaba aquí, luego de que llegaran frutas y verduras cargadas en trenes también, y entre los puesteros hubo muchos italianos, que no sólo aportaron su saber trabajar la tierra sino que también trajeron una lengua múltiple y dialectal, una música, y modos de decir. Claramente lo español ya no estuvo solo.
A partir de la presidencia de Mitre en adelante, el proyecto de país fue el de ser agroexportador, proveedor de materias primas para la rica Europa industrial.Se hizo necesaria la presencia de europeos, que trajeran cultura agrícola y de trabajo. Aproximadamente vinieron siete millones. En esos mismos años, 22 millones fueron hacia los EEUU.Argentina llego a ubicarse en el séptimo lugar por el volumen de sus ventas.
Para la época del centenario, en 1910, había 200 mil argentinos en Europa, y en la ciudad eran casi mitad y mitad, nativos y extranjeros.
Era la época de “tirar manteca al techo”, expresión que viene de una anécdota en la que Martín Alzaga Unzué, Macoco para sus conocidos, viajaba en barco a Europa con su amigo Teodoro de Ayerza, llevando la vaca para tomar leche fresca, en la creencia de la época de que había que tomarla así porque generaba salud. Aburridos, tiró un poco de un nudito de manteca, mirando el techo donde habían pintadas unas ninfas, y dijo: “mirá como acierto”. De ahí la expresión: Tirar manteca al techo.
Macoco fue un personaje que se convirtió en leyenda internacional, creador de aquella diversión que quedó como muestra de un modo de vida, inspirador del tango Shusheta de Cadícamo, y de Isidoro Cañones( el padrino de Patoruzú en la historieta de Dante Quinterno desde el año 1928 en adelante).
Isidorito Cañones
Era la época en que los niños bien venían a estos barrios de malevos, rufianes y peleas, agrupados en patotas, conocidas como “indiadas”, para provocar a los compadritos. Y así los bailes eran frecuentemente interrumpidos por trifulcas que comenzaban en los bares para terminar luego a tiros y puñaladas.
En una de esas peleas José Cielito Traverso, famoso guapo del Abasto y uno de los dueños del bar O Ronderman que estaba en Agüero y Humahuaca, mató a un integrante de la familia Argerich y debió exiliarse en el Uruguay. En ese bar justamente es donde debutó Carlos Gardel bajo el amparo de Alberto don Yiyo Traverso. El bar se llamaba O Ronderman, en la calle Agüero y Humahuaca.
Alberto don Yiyo Traverso fue un caudillo de comité en donde solían cantarse tangos. Por ese entonces, los comités eran lugares en los que el arte local no estaba ausente.
Según parece, Gardel nació en este barrio, y aquí se conoció con payadores y cantores, entre los que estuvo José Razzano, su compañero artístico, administrador, y sobre todo su amigo entrañable.
A partir de Gardel el tango fue triste y sentimental. Antes, a diferencia de la milonga, no era quejoso.
En Francia lo adecentaron y su protagonista fue Gardel, nos dice Borges
Muy interesante.
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