domingo, 14 de marzo de 2021

ARGENTINA EN ÉPOCA DE ENDOGAMIA Y ABURRIMIENTO

 

                                          Vincent Van Gogh, La cosecha

Desde cuándo estamos sin brújula, desorientados,  se preguntaba Jacques-Alain Miller en el cuarto congreso de la AMP en Bahía, Brasil, 2004. Sin duda desde que la moral civilizada se había quebrado hacia el final de la "belle epoque", tal vez ya existía una grieta, claro que sí...Quizá- proseguía - estamos desorientados desde que la práctica de la agricultura poco a poco cedió el lugar dominante en nuestras sociedades a la industria. Con la industria, con lo que llamamos la revolución industrial, todo lo referente a los ciclos de la naturaleza  fue barrido, poco a poco. Los artificios se multiplicaron y,  lo real devoró a la naturaleza, la sustituyó de a poco.

                             Kent Williams, Figura fragmentada en interior, con Arlequín de Picasso

La relación con el tiempo cambió. Acaso no había habido aburrimiento en las personas que vivieron en medio de esa práctica. Sin embargo cuando Tomás Abraham nos dice, en una entrevista, que la temporalidad del aburrimiento es la eternidad, nunca cambia nada, es el eterno presente, cabe preguntarse si en la época de la agricultura no vivían en el eterno presente, que no era otra cosa que la repetición infinita de los ciclos de la naturaleza.

El ser aburrido siente el tiempo. Lo mira. Lo contempla. Lo vive. Tiene una relación sensual con el tiempo. Tiempo nunca le falta como sucede con la mayoría de la gente,  que nunca tiene tiempo, que el tiempo es lo que le falta, o del ansioso que tiempo es lo que lo corre.

                                                       Toulouse- Lautrec, Yvette Guilbert

Si el aburrido, tiempo es lo que tiene, hasta le sobra, sabe lo que JJ.Rousseau sabía: tiempo es lo que vuelve. El aburrido está en el tiempo, no hace más que estar, concluye Abraham. El aburrimiento nos permite percibir una temporalidad de la existencia imposible de ocultar con los “pasatiempos”. Es la experiencia del vacío.

Tirar manteca al techo fue un pasatiempo de comienzos del siglo veinte, en que había 200 mil argentinos en Europa, ¿qué hacían allí?

La vida de los "niños bien" argentinos en Europa transcurría en medio de permanentes dilapidaciones monetarias  para sostener sus extravagancias,  como cerrar "boites"  para uso exclusivo de ellos y sus amigos, o jugar al sapo con un hipopótamo en el zoológico y luego de la muerte del animal, arreglar todo con plata. 

Tenían la prepotencia del dinero.

                                                           Maxim's, 7 Rue Royale, Paris

La expresión “tirar manteca al techo”, surgió a partir de un breve relato que tuvo profusa divulgación en el que Martín Alzaga Unzué, Macoco para sus conocidos, viajaba en barco a Europa con un amigo, Teodoro de Ayerza, llevando una vaca para tomar leche fresca, porque generaba salud. Aburridos, acaso desorientados, tiró un poco de un nudito de manteca hacia el techo en donde habían pintadas unas ninfas, diciendo: “mirá como acierto”.  Otra versión de lo mismo es que ya estando en París, vió en el techo del restaurante Maxim's  frescos con valkirias opulentas y una noche, mientras esperaba la comida, para no aburrirse empezó a poner manteca en el tenedor a ver si le embocaba a los pechos de las mujeres del fresco. 

El denominador común de las dos versiones es el aburrimiento.

El malestar de fin de siglo perseguía a Macoco. Quizás él no lo supiera.

 Macoco, personaje convertido en leyenda internacional, muestra de un modo de vida, la del jailaife, fue inspirador del tango Shusheta de Cadícamo:

Toda la calle Florida lo vió

Con sus polainas, galera y bastón...

Dicen que fue, allá por su juventud,

Un gran Don Juan del Buenos Aires de ayer.

Engalanó la puerta del Jockey Club

Y en el ojal siempre llevaba un clavel.(...) 

También fue inspiración para el personaje de historieta Isidoro Cañones, el padrino de Patoruzú, de Dante Quinterno desde el año 1928 en adelante, y sirvió como modelo de play boy para la novela del Gran Gatsby que escribió su amigo Scott Fitzgerald.

Vivió en la época en que los niños bien iban a los barrios del Abasto y de las orillas de la ciudad, agrupados en patotas conocidas como “indiadas”, para provocar a los compadritos - malevos y rufianes - convirtiendo a los bailes en verdaderas trifulcas que  terminaban  en tiros y puñaladas.

                                                 El Paseo Colón y el río a sus pies.

Por otro lado, la madre de Macoco, doña Ángela Unzué de Álzaga Gutiérrez Capdevila, una precursora del feminismo para algunos, había tenido un salón literario en su casa -en lo que hoy es el Jockey Club- visitado por personajes de Buenos Aires como Leopolodo Lugones, Alfredo Palacios, o la madre de Borges, entre otros.

Macoco a los 3 años comenzó a ser educado por institutrices inglesas y francesas,  idiomas que dominó tan bien como el castellano. Estudió en el Eton, tradujo algunas odas de Horacio, que mostró a Borges quién le dijo que eran espléndidas.   

Producto del incesto rural, estaban todos emparentados, era primo de Adolfo Bioy Casares y de la mujer de éste: Silvina Ocampo, y fue una de sus tías, “Cochonga” Casares, quién le dejó toda su fortuna.

Niño bien de la “Belle Époque” criolla,  amigo de Gardel y de Perón, y empresario socio de Howard Hughes y de Al Capone. 

Amante de las mujeres más bellas y deseadas de su época, Rita Hayworth, Claudette Colbert, Dolores del Río, Greta Garbo, Marlene Dietrich, y Ginger Rogers, se dijo de él que era el berretín de las francesas, así  como también lo era tener un perrito pekinés. En el mundo de las comedias se hablaba de ser tan rico como un argentino, a raíz de su intensa influencia en París de entonces.

El palacio Romanov a orillas del Sena, comprado por los Alzaga Unzué, y el Coeur Volant de Marcelo Torcuato de Alvear, son ejemplos elocuentes de esa fama de “ser rico como argentino” ganada en París . 

                      Vista del puente Alejandro III con el Grand Palais al fondo, río Sena, Paris

Henri-Frederic Amiel (1821-1881) se refería al “cansancio del mundo”, weltmüde, que parecía ser el estado natural del alma finisecular. Todo acto llevado a cabo por el hombre no parecía sino una forma desesperada de combatir el tedio y agregaba que el hombre “se distrae como puede, para apartar un pensamiento secreto, un pensamiento triste y mortal, el de lo irreparable”.

En los últimos años del siglo XIX, Miguel de Unamuno también había recogido la expresión “mal del siglo”, de una novela de Max Nordau para referirse a esa “enfermedad” que se había instalado en lo más hondo de la cultura europea.

Lo que más o menos disfrazado entristece a tantos espíritus modernos, el mal del siglo que denuncia Max Nordau, lo que perturba a las almas, no es otra cosa que la obsesión de la muerte total, el lúgubre pensamiento que dio tinte tan sombrío a la decadencia romana, la edad del estoicismo, del epicureísmo, de las extravagancias religiosas y del suicidio. Es una obsesión mucho más sombría y enervadora que la del famoso milenario, puesto que no tiembla ante el temor a tormentos que atiza ímpetus de penitencias, sino que paraliza la energía espiritual ante el espectro de la venidera nada eterna, que envuelve a todo en vaciedad abrumadora (Unamuno).

Fue una época de tedio que había ocurrido en Europa a fines del siglo anterior, y como siempre a los argentinos les llegó con demora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario