Borges en Las Cosas escribió :
“…Durarán más allá de nuestro olvido.
No sabrán nunca que nos hemos ido.” (1)
Hubo una época en que la cercanía de la pampa abierta era un hecho en Buenos Aires.
Durante la colonización española, el Río de la Plata, fue la región que eclipsó y dominó al resto de las regiones que conformaron el actual territorio argentino.
No había aquí metales preciosos, ni había indios que se prestaran a trabajar para los amos españoles, ni nada que justificara el empleo de grandes masas de mano de obra esclava, y sin embargo la región fue algo único, porque tenía algo único: la existencia de ese enorme océano de hierbas que es la pampa.
El Rodeo, Prilidiano Pueyrredón ( 1861)
Su primer fundador, Don Pedro de Mendoza, había traído 72 caballos y años después, otro español, que venía del Brasil, trajo el ganado vacuno: un toro y sólo siete vacas.
Al cabo de poco tiempo los caballos fueron decenas de miles y las vacas millones. Sólo al principio, los colonizadores tuvieron que esforzarse para subsistir, porque luego la pampa y las vacas hicieron lo suyo.
Más adelante hubo proliferación de palacios ante la inmensidad abierta de los desiertos.
Nada hacía pensar en ese futuro.
Nunca se pudo saber cómo seguiría el entramado de esa tela que llamamos Historia.
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas vinieron a fundarme la patria? (2)
Somos llanura y puerto, hizo posible decir nosotros.
Así como otros veneran el mar, nosotros ansíamos la llanura. La llanura inagotable como la llamó Borges.
El Corral, Prilidiano Pueyrredón (1860)
En sus comienzos, Buenos Aires era la menos interesante de las posesiones españolas.
Muy lejos. Muy al sur. Muy cercada.
Cercada por los nativos, cercada por los portugueses.
En el mar los ingleses y holandeses, peligrosos corsarios.
España nos prohibía el comercio con otras naciones.
Primera vista de la ciudad de Buenos Aires, Johannes Vingboons, 1628
¿Cómo fue posible que Buenos Aires llegara a ser tan rica años después?
“Toda cultura (...) parte de la convicción de que el orden del Universo ha sido roto o violado por el hombre, ese intruso...” (3)
Recién luego de la segunda fundación, Buenos Aires comenzó a sentirse dueña de sí misma, y esto se debió a que aquellas pocas vacas se habían multiplicado de manera que pudimos exportar en forma cuantiosa, dando origen a lo que se llamó la civilización del cuero.
A comienzos del siglo XIX se comenzó a exportar el charque, que era la carne que durante mucho tiempo se tiró en el campo y fue comida por alimañas de toda especie. Esto dió lugar a los saladeros que trajeron contaminación y olor nauseabundo porque se arrojaban la sangre, los desperdicios y venenos en el riachuelo, zona sur de la ciudad, lugar inicial de poblamiento.
Esto tal vez fue motivo de epidemias como la del cólera y la de la fiebre amarilla que en 1871 trajo dolor, desolación y migración en la población.
Al principio, el barrio norte de Buenos Aires, que más adelante sería el barrio más aristocrático de la ciudad, estuvo conformado por sitios que no pertenecían a la ciudad. Había quintas y baldíos, y en medio de estos, sólo un convento de monjes recoletos, rama de la orden franciscana reformada por San Pedro de Alcántara, y luego un templo bajo la advocación de la Virgen del Pilar.
Durante bastante tiempo, desde el caserío urbano se veían perfilar a lo lejos, sobre las copas de los árboles, las torres de la iglesia del Pilar.
Se levantó un matadero que congregó a su alrededor una población de variada catadura, hacinada en ranchos, que se reunía en pulperías y reñideros, en los que algún hecho de sangre dejó su secuela de espanto.
En sus caminos acechaban toda clase de peligros, desde el lobisón, que aullaba en las noches de luna, a algún tigre que un camalote depositara en la costa; desde la Viuda o la luz mala a los bandidos que no vacilaban en matar de una puñalada o un trabucazo a quien se resistiera a entregarles el cinturón.
La calle Larga, ruta de acceso a los Recoletos, era recorrida por sujetos de avería.
En las sucesivas etapas de este barrio, hubo la construcción de la plazoleta frente a la iglesia, en la que pronto tuvieron lugar ferias y romerías.
Durante las invasiones inglesas, Santiago de Liniers oró en el convento de los Recoletos durante toda la noche, antes de abandonar la ciudad a la que volvería para reconquistarla del invasor.
Las campanas de la Recoleta tenían un tañido lúgubre.
Iglesia de Nuestra Señora del Pilar (Gonnet, 1864)
Comenzó a llamarse Barrio Norte cuando la fiebre amarilla de 1871 provocó que la población de la zona sur de la ciudad - hasta ese momento la zona de mayor conglomeración urbana -migrara hacia la zona norte.
En una de las distintas etapas del barrio ocurrió, en el hueco de Cabecitas, el nacimiento de la calle Chavango, que luego sería, a fines del siglo XIX, la avenida Las Heras.
Esta avenida había sido originalmente una huella y rastrillada casi costera - el Río de la Plata estaba a poca distancia - y a fines del siglo XVIII, en época del virrey Vértiz, por ese camino se traían desde el noroeste algunas crías de llamas. La cría de llama era conocida popularmente como chavango.
El que fue hueco de Cabecitas, uno de los sitios más marginales de la vieja ciudad en aquellos tiempos, es actualmente la “paqueta” Plaza Vicente López. Era un lodazal de donde se sacaba la tierra para fabricar ladrillos en el vecino horno de Britos. Cerca de allí, en lo que hoy es Las Heras y Pueyrredón estaban los corrales y mataderos del Norte, donde se faenaban ovejas y carneros que las tropas arreaban hacia Buenos Aires.
Un alto en el campo, Prilidiano Pueyrredón (1861)
Cuando las carretas con el ganado faenado, después tomaban “el camino de Chavango” - actual Las Heras - hacia el centro, solían usar lo que hoy es la plaza para descargar las cabezas de los animales. Así, aquel espacio comenzó a ser conocido como “el hueco de las cabecitas”.
Agnus Dei, Francisco de Zurbarán (1640)
Hacia fines del siglo XIX, y comienzos del XX, a espaldas de esa llanura interminable, se levantaron palacios cerrados, y cámaras y antecámaras, como si se hubiera intentado conjurar tanta inmensidad abierta.
Palacio Paz ( interior)
Se levantaron palacios estilo Luis XV, y tantos otros que aún existen sobre la avenida Alvear.
La ciudad se transformó urbanísticamente de acuerdo a la concepción generalizada de la época, en la que el academicismo francés predominó en la arquitectura oficial. Francia fue el paradigma del modelo de nación deseado por la clase dirigente.
Ocurrió un gran despliegue de imitación cultural y una enorme inversión edilicia.
Residencia Ortiz Basualdo frente a la plaza San Martín (construído en 1912, demolido en 1969)
Argentina fue, en esos tiempos, el séptimo país en riqueza en el mundo, a raíz del proyecto de país agroexportador de la generación del 80, un grupo dirigente de terratenientes y abogados, mercaderes y estadistas, que llevaron adelante un nuevo liberalismo. Nuevo porque no fue con ellos una doctrina radical, sino escudo protector de sus privilegios de clase.
Un país rico se dijo. ¿Acaso hubo una puesta en valor de los recursos naturales?
Frente a un mapa aparecido hace poco en algún sitio de internet, donde pudo verse cómo Argentina superpuesta a Europa, la abarcaba prácticamente toda, alguien de origen español, comentó: “Aún no entiendo como no sois el país más rico del mundo. Lo tenéis todo y encima sois, relativamente, muy pocos. Difícil de comprender: materias primas de todo tipo, ganadería, agricultura, pesca, turismo... todo”.
“Todo” dijo. Pensó que un país es rico sólo porque posee recursos naturales.
Ya no se siente la presencia de la llanura en la ciudad. Tampoco es recorrida por hacienda rumorosa, ni hay palacios habitados.
Acaso no haya sido sino un intento de cerrar y abrir la mirada –ambas cosas-, creando una frontera.
(1)Jorge Luis Borges, Elogio de la sombra, Emecé, Argentina, 1969
(2)Jorge Luis Borges, “Fundación Mítica de Buenos Aires”, Cuaderno San Martín, 1929 en Obras Completas, tomo 1, Editorial Emecé, Argentina, 1996
(3)Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México,1950, 1991
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