sábado, 5 de noviembre de 2016

BUENOS AIRES CENTENARIO

(segunda parte)

“…en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre…” (Jorge Luis Borges, fragmento de “El Muerto”)
En los ingenios de azúcar, en los obrajes y en los yerbales del norte del país se había establecido un régimen de verdadera esclavitud, en el que además de bajos salarios se agregaba la explotación de los trabajadores mediante el crédito en las proveedurías establecidas por los mismos empresarios, y donde obligadamente debían comprar, sin otra posibilidad para ellos, pues les pagaban su trabajo con bonos.
Esto parecía ignorarse en la capital de la República, cuyo núcleo privilegiado, la oligarquía, mantenía viva su fe en la prosperidad milagrosa del país, donde suponían o decían hipócritamente no podía haber problemas sociales por la abundancia de recursos.
Este grupo estaba conformado por los intereses afines de los grandes ganaderos, agrupados en la Sociedad Rural, y del capital inglés: comercio de exportación e importación, ferrocarriles y administrativas y su influencia todopoderosa sobre los órganos de la opinión pública.
Los ferrocarriles habían logrado desde 1907 su estatuto con la ley que lleva el nombre de su autor, el ingeniero Emilio Mitre, hijo del general y heredero de sus principios. Esta ley había ratificado por 40 años la exención de impuestos, salvo un 3 por ciento que se aplicaría sobre utilidades cuya determinación quedaba de hecho librada a la buena fe de las empresas.
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La incidencia de los ferrocarriles en la economía nacional era tal que para tener una idea cercana baste recordar que sus entradas llegaron a igualar y a veces sobrepasar las rentas del Estado nacional, y también que lo que extrajeron como dividendo anual compensó con frecuencia el monto de las cosechas. Su política de fletes, calculada a medida del interés inglés, tendía a sofocar toda tentativa industrial que pudiera chocar con el de los importadores británicos.
Con los dividendos de las inversiones extranjeras, los intereses y amortizaciones de una deuda externa en permanente crecimiento y las compras en el extranjero para suplir nuestra deficiencia industrial, el país sufría un drenaje permanente de su riqueza, que impedía toda capitalización posible.
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Todo esto se pagaba con el hambre y la sed del pueblo argentino, cuyo nivel de alimentación, no sólo en el interior, sino en la misma capital, estaba por debajo de las necesidades elementales. El país de la carne y el trigo llegó a tener los índices más altos de excepciones al servicio militar por desnutrición y anemia.
Lo que no había logrado la pacificación mitrista, o sea, el exterminio manu militari de la población nativa, se estaba consiguiendo de modo más sutil y lento.

Aldo Sessa, "Alpargata"


1 comentario:

  1. Buena síntesis de la Historia infame. Y la foto de Sessa lo dice todo: una alpargata con espuela... para llorar!

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