domingo, 2 de octubre de 2016

BUENOS AIRES, LEJANA


Con la vuelta de Mendoza y sus compañeros a España varió totalmente la composición del comando expedicionario.
Habíase eliminado el grupo brillante de los que venían atraídos por las perspectivas de un paseo triunfal. Amaban el peligro pero no la posibilidad de morir ingloriosamente.
Quedaron con Ayolas los que habían jugado su porvenir y no tenían mucho que perder, los hidalgos oscuros, los desheredados y los desesperados.
J.C.Castagnino

En su incursión por el Parana hacia el norte, había llegado cerca de la confluencia de este río con el Paraguay, a un puerto que llamó de la Candelaria, y construyó un fortín. Dejó allí al mando a Domingo Martínez de Irala, y se lanzó con poco más de cien hombres a través de la selva chaqeuña, en busca de la sierra de la plata.
Hubo, un tiempo más adelante, una agría disputa entre Irala y Ruiz Galán por la gobernación, disputa zanjada por el veedor Cabrera, que falló a favor de Irala.
Quienes regresaron a España no llevaban por cierto una grata impresión del Rio de la Plata y estaban decididos a no repetir la aventura.
L.E. Spilimbergo, "El escultor"

El reemplazo de Mendoza se había demorado, pero no tanto pues se había presentado un hidalgo ya maduro que había pasado su juventud en tierras de América, en medio de increíbles aventuras, Enrolado en la expedición a la Florida, se había salvado de un naufragio, con un puñado de sus compañeros hambrientos, y casi desnudos, permaneciendo durante diez años en la cautividad entre los nativos, sobre quienes llegó a adquirir un misterioso ascendiente por sus condiciones de mago y curandero.
Alvar Nuñez Cabeza de Vaca era efectivamente hombre de gran elevación de ánimo, excelentes prendas de carácter y mucha seducción personal.
Llegó a principios de 1541, habiendo sido nombrado Adelantado.
En Santa Catalina se enteró de la fundación de Asunción y del repliegue de los pobladores, y resolvió entonces dirigirse hasta allí por tierra, mientras una parte de la tropa seguía hacía el estuario con las naves.
Encontró, según él mismo dejó escrito en sus “Comentarios”: “Tierras muy alegres, grandes campiñas, arboledas y muchas aguas de ríos y fuentes…tierra muy aparejada para labrar y críar”
Llegó al fin, e Irala entregó el mando sin objeción alguna.

Raúl Soldi, "Iglesia de Santa Ana de Glew"

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