jueves, 13 de octubre de 2016

BUENOS AIRES, CONTRABANDO

Peligrosa

“…lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos…”
(Jorge Luis Borges, fragmento de “El Muerto”)

Las colonias sufrieron una detención en su crecimiento, especialmente en el Río de la Plata, debido a que, hacia el primer tercio del siglo XVII, el trono de España fue ocupado por Felipe IV, quien abandonó la conducción del gobierno en manos del conde-duque de Olivares.
Este condujo a España al desastre económico, insumiendo cantidades enormes de dinero, y provocando una rebelión general en Cataluña, en Aragón y en Andalucía. Además Portugal se independizó de la corona española y Richelieu se irguió como figura de una Francia dominante, en tanto que en la supremacía marítima le cedió el lugar a Inglaterra y Holanda. Esta última dió el golpe de gracia a la flota española derrotándola dos veces consecutivas, en las Dunas y en Itamarca.

La menos interesante de las posesiones ultramarinas era la del Río de la Plata. Su débil poblacion se hallaba a la defensiva en todas sus fronteras, cercadas por los nativos y el invasor portugués, cuyos ataques se hicieron más frecuentes después de la independencia de Portugal.

Los corsarios ingleses y holandeses, adueñados del mar, estaban al acecho de las flotas españolas y de sus tesoros indianos. Por lo tanto, los españoles tomaron medidas estrictas de control, siendo así que había dos puertos entre los cuales circulaban las mercaderías: Cádiz y Portobelo.
Primer grabado de Cádiz, siglo XVII

Portobelo
A Buenos Aires llegaba todo por tierra, desde el norte, y sus habitantes debían pagarlas con el producto de sus arreos de ganado, pues no había mercado en el norte para los cueros y las grasas. Esto traía mucha miseria en este puerto, por lo tanto la Casa de Contratación permitió que al menos dos veces por año, saliesen “navíos de registro” que viajaban eludiendo los ataques corsarios.

Buenos Aires tenía todo lo que se necesitaba para que las autoridades españolas decidieran su cierre como puerto: se hallaba muy a trasmano de la metrópoli, muy próxima a las colonias de Brasil, y eso provocaba que fuera peligrosa como una herida abierta.
Primera vista de la ciudad de Buenos Aires
Este impedimento de proveer por sí misma al intercambio necesario, hizo imposible también que se mantuviera una rigurosa vigilancia sobre los funcionarios administrativos, tentados de lucrar con el contrabando, y este mal subsistió como una dolencia endémica durante toda la época colonial.
Prilidiano Pueyrredon, "Un alto en el camino"

 Arreo/rodeo

Carrera de Indias

Eduardo Sivori, "Bañado"

Eduardo Sívori

Leonie Mathis, "La plaza mayor el 25 de mayo de 1810"





Enviaron funcionarios con antecedentes que los cubrían de todas sospecha, y sin embargo una vez desembarcados aquí, en medio de salvas del cañoncito asmático del Fuerte cargado con la pólvora escasa de las grandes solemnidades, terminadas las zalemas del Obispo y los regidores del Cabildo, y antes de echar la primera mirada sobre la polvorienta plaza mayor, debían enfrentarse con los insinuantes españoles y portugueses de “este comercio”, que habían concurrido en masa a rendirle homenaje, sabiendo de antemano sus antecedentes y habiendo estudiado el modo de “tocarlo”.
Emeric Essex Vidal, "Vista del Fuerte de Buenos Aires", 1816













A muy poco de llegar, sabría el funcionario en cuestión a qué debía atenerse, y debería optar entre la impopularidad o la popularidad, entre la penuria o la prosperidad, entre una vida rodeada de hostilidad o rodeada de caras amigas, de parte de sus vecinos, funcionarios y hasta del clero secular y regular.
El desarrollo de Buenos Aires se debió al contrabando, y esto le confirió al lugar cierto aspecto de fatalidad. Prosperó debido a la violación sistemática de la ley. El espíritu mercantil se sobrepuso a acatamiento a ciertos valores tradicionales. La ciudad comercial despertó la codicia y la aventura y volvió sus ojos hacia Europa, de espaldas a la tierra que la nutría.

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