miércoles, 28 de septiembre de 2016

BUENOS AIRES, HAMBRE


“...Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones...”
Jorge Luis Borges, “El Sur” ( en Ficciones)
Eduardo Sívori, "Paisaje"
I
Cerca del Riachuelo, en la barranca que dominaba la costa, se dibujó un cuadrilátero de ciento cincuenta varas por frente, al que se rodeó de empalizadas. En el interior se construyeron unas cuantas chozas y una vivienda más cómoda para el Adelantado Don Pedro de Mendoza.
El establecimiento fue bautizado con el nombre de Santa María del Buen Aire.
Al fondo, la pampa. No era la vasta llanura en que se transformaría luego, sino un interminable yermo, cubierto a trechos de pastos duros y altos. Algunos montes ralos de espinillos y talas cortaban el horizonte o, muy espaciados, alguno que otro añoso y retorcido algarrobo, algún ombú. Junto a los arroyos que desembocaban en el estuario de aguas rojizas, tupidos pajonales, totoras y cortaderas.
Todo ello habitado por una fauna desconocida. Flamencos rosados en las lagunas, chajás, nandúes y teros, armadillos y vizcachas.

Aldo Sessa, "La Boca"

II
Hubo hambre.
No habían llevado comida suficiente. Habían cargado caballos de guerra, pero ni una vaca, ni una oveja, ni una gallina, ni una bolsa de trigo para sembrar.
Habría que negociar con la gente del lugar, los querandíes.
Según el cronista Ulrico Schmidel, estos eran nómades, “como gitanos”, vivían de la caza y pesca y formaban una población como de dos mil almas. Habitaban en chozas o tolderías y recorrían el río en canoas.
Si bien al principio se sometieron a llevarles un insuficiente tributo de carne y pescado, pronto las relaciones pacíficas se tornaron hostiles.
Usaron contra ellos armas temibles: bolas arrojadizas atadas con tientos. Hicieron un sitio prolongado y que significó el tormento del hambre.
Se volvieron a España. De los doscientos cincuenta hombres que quedaban en la población se embarcaron con Mendoza ciento cincuenta, y entre éstos toda la “juventud dorada” de su corte, que sacudía de sus pies para siempre el polvo de estas playas malditas.
El resto marchó hacia el norte con Ayolas, y en el lugar permaneció el capitán Ruiz Galán al mando de un centenar de hombres.













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