sábado, 30 de abril de 2016

ORO Y JOYAS

EDAD MEDIA

En la Edad Media se creía firmemente que todas las cosas en el universo tienen un significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito por la mano de Dios.
El gusto corriente de la época indica que es necesario comprender  al color como causa de belleza, presente en las observaciones de Tomás de Aquino en quien se lee que se consideran bellas las cosas de colores nítidos.
En los poetas, el sentido del color vivo es una constante, la hierba es verde,  la sangre es roja, la leche blanca. Existen superlativos para todos los colores, y un mismo color posee muchas gradaciones, pero ningún color muere en zonas de sombra

A partir del siglo XIII, el azul se convierte en un color apreciado; se observa en el valor místico y en el esplendor estético del azul de los vitrales y de los rosetones de las catedrales: domina sobre los otros colores y contribuye a filtrar la luz de forma “celestial”.

El gusto por el color se manifiesta fuera del arte, en la vida y en las costumbres cotidianas, en los vestidos, en los adornos, en las armas.
Entre los adornos en general son fundamentales los que se basan en la luz y en el color: los mármoles son bellos a causa de su blancura, los metales por la luz que reflejan.

En la Edad Media la diferencia entre ricos y pobres es más acusada que en las sociedades occidentales y democráticas modernas, porque, además, en un mundo de escasos recursos y con un comercio basado en el intercambio en especies, desvastado por peste y hambrunas endémicas, el poder halla su manifestación en las armas, en las armaduras y en la suntuosidad de las vestiduras. Para manifestar su poder, los señores se adornan con oro y joyas, y se cubren con ropas teñidas con los colores más preciosos, como el púrpura. Los colores artificiales, que proceden de minerales o vegetales y son objeto de complejas elaboraciones, representan, por tanto, la riqueza mientras que los pobres se visten exclusivamente con telas de colores desvaídos y modestos.
La riqueza de los colores y el brillo de las piedras preciosas son signo de poder y, por tanto,  objeto de deseo y de maravilla.















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