Un aficionado se orienta según cambian sus gustos y los sabores del mundo, entre los que, además, no hay exacta confluencia. Su interés nunca está orientado por completo.
No se dirige a ningún sitio; camina. Lo favorecen las penumbras.
La soledad no lo entristece, ni lo aparta de la compañía de otros vagabundos.
Su afición es un acto discontinuo; como la noche, principia cada vez, y cada vez termina.
Permanece ajeno al afán de convertir toda experiencia en enseñanza. Aprender, edificar para el futuro: tozudez civilizante para conjurar lo que es pérdida y malgasto.
Ama, el aficionado, en los eslabones, lo más débil. Lo inútil en la cadena.
Leer, apuntar sin escribir, volver al lápiz, borrar.
La nota marginal es diferente del delirio, es menos pretenciosa. Traza el contorno de los suburbios creados por la lectura.
Casi ajeno a lo escrito, ese contorno gris es un testimonio de las variaciones acontecidas en un encuentro, ocurrido fuera de los muros y olvidado.
Dan Mac Caw, "Central Park" |
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