miércoles, 19 de agosto de 2015

PODER Y RELIGIÓN – JUSTINIANO Y TEODORA


“…Lo que hay que preguntarse es por la sociedad política en la Argentina. Por qué la sociedad política, sobre estos temas, sigue suponiendo que tener a la iglesia católica cercana le da cierto poder o cierto prestigio. Por qué esa sociedad política sigue pensando que tocar ciertos resortes del poder de la iglesia católica le va a traer problemas a la hora de las elecciones. Si la sociedad política en su conjunto, y lo veo ahora con el Papa Francisco, se adhiere a ese señor llamado Papa, y a partir de ahí cree que crea legitimidades, hay ciertos temas que no van a tocar…”(1)
Justiniano, (483-565 d.C) nacido en una familia modesta en Tauresium (Macedonia) de lengua latina, encarna el último y grandioso esfuerzo hecho para restaurar la romanidad en Occidente.
Trabajará con ardor sin el menor desfallecimiento, sus súbditos le llamarán “el emperador que no duerme jamás”.
En 529 cierra la Escuela de Atenas pues quiere vivificar la Romanidad purificada por el Cristianismo, aunando los conceptos de Roma y Universalidad tal como el cristianismo los fundió y vivificó. Por este motivo es un personaje completamente medieval.
Sus directrices en la política son legislación y reconquista, animadas por la fe cristiana, “pues que gobernamos un imperio que nos ha sido dado por la voluntad divina, por la celeste Majestad…sólo pensamos en la ayuda de Dios…y toda esperanza la tenemos puesta en la providencia de la Altísima Trinidad”.
Se cree teólogo y no duda en dogmatizar e imponer su opinión. Su reinado señala el triunfo de la intolerancia y del cesaropapismo. Su intervención en cuestiones religiosas es constante.
En su gobierno se pueden distinguir dos etapas.
Una es ascendente, tiene lugar su obra legislativa, su política de unificación religiosa.
Otra es descendente, en la que los monofisitas se reoganizan y África se revuelve con los bereberes y la gran peste reduce en un tercio la población del Imperio.
Bajo un exterior autocrático, se oculta un temperamento voluble, con cambios bruscos de humor, indeciso y débil. Las etapas de su gobierno se aprecian mejor según las personas que en cada momento gozaron de su confianza.
Su más eficaz colaboradora en la primera etapa del reinado fue Teodora, hasta su muerte en 548 d.C.. Su nacimiento suele estar fijado en la ciudad de Daman, en Siria, pero también en Chipre, mientras que otros lo hacen en Paflagonia.( una antigua área del centro-norte de Anatolia, en la costa del mar Negro).
De origen también humilde, llevó en su juventud una vida dedicada al teatro: en Egipto influyeron en ella elementos del partido monofisita, y al regresar a Constantinopla hizo una vida retirada y de trabajo, interesándose vivamente por las cuestiones religiosas.
Es entonces cuando conoce a Justiniano, quién se enamora de su belleza e ingenio, la convierte en patricia y se casa con ella. La Ley Romana de la época de Constantino I evitaba el matrimonio de actrices con oficiales gubernamentales. Eufemia, esposa de Justino I, a quien le caía bien Justiniano y nunca le negaba nada, estuvo en contra de este matrimonio con una actriz. Sin embargo, Justino le tenía mucho cariño a Teodora. En el 525, cuando Eufemia murió, Justino eliminó esa ley, y Justiniano pudo casarse con Teodora.
Una vez Justiniano en el trono, Teodora es reconocida como emperatriz.
En algunas de sus Novellae, Justiniano reconoció haber escuchado los consejos de su cónyuge.
Teodora intervino en todos los asuntos de Estado, demostrando una gran inteligencia, energía y claridad de juicio. Se rodeó de un lujo refinado, guardó siempre un resentimientos hacia las clases elevadas y una conmiseración hacia los humildes y necesitados. En los asuntos religiosos dificultó la aplicación de las medidas dictadas contra los herejes. En la sedición Nika fue ella la que salvó la situación (532 d.C.). La revuelta de Nika fue un levantamiento popular importante, fiel reflejo de la explotación económica y opresión sufrida por las capas sociales inferiores. El pretexto para la insurrección surgió en el Hipódromo de Constantinopla, donde los bizantinos acompañaban con fervoroso interés las disputas entre los equipos de los Verdes y Azules. La proclamación de una victoria dudosa en una carrera, provocó un motín que rápidamente se convirtió en rebelión. Los insurgentes marcharon contra el palacio imperial gritando «Nike» (significa: Victoria), de ahí el nombre dado a la sedición.
La multitud enfurecida incendió y saqueó los más bellos edificios de Constantinopla, y Justiniano, acobardado, accedió a destituir a los odiados ministros. Durante seis días el populacho fue dueño de la calle, insultó al emperador cuando apareció en el Hipódromo, y proclamó en su lugar a un sobrino de Anastasio.
Justiniano, falto de fuerzas , proyectaba huir cuando Teodora le detuvo: “Aún cuando no quedara otro remedio que la huida, no huiría. Los que han llevado la corona no deben sobrevivir a su pérdida. No he de ver el día en que dejen de saludarme como emperatriz. Si quieres huir, César, puedes hacerlo. Tienes dinero, los barcos están dispuestos, la mar abierta; pero yo me quedo. Me atengo a la vieja máxima de que la púrpura es una buena mortaja”.
Belisario , su general, entró en el circo matando a más de treinta mil sublevados y Justiniano retuvo el trono.
Teodora fue indudablemente una emperatriz influyente y llena de coraje.
Distintos historiadores han caracterizado a Justiniano como cruel, corrupto, despilfarrador e incompetente, y a Teodora mediante un retrato detallado, se la ha descripto como excitante de vulgaridad y lujuria insaciable, combinado con mal genio y calculada maldad.
Gracias a Justiniano, Roma legó a la posteridad lo mejor que había creado: su derecho.
(1) Alejandro Frigerio y Fortunato Mallimaci , entrevista en diario La Nación,(16 agosto 2015), referentes indiscutidos en el estudio del campo religioso argentino.





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