1) En su prólogo a las “Crónicas marcianas” de Ray Bradbury, Borges señala que el rumbo épico que parecía estarle destinado a esta serie de relatos, cambia su curso. Se abandona a la deriva, y torna hacia la elegía –una elegía extraña, vaga, sometida a los vaivenes de un mar de arena azul ahora inexistente-.
Borges no atribuye el tono de la obra a la voluntad del autor, sino a “la secreta inspiración de su genio”. A través de episodios de “apariencia fantasmagórica”, con una entonación ajena a su lengua materna e inesperada dentro del género, Bradbury hace resonar sus “… largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad…”.
2) Sobre el final de las crónicas, al cabo de varias oleadas de colonización, los desembarcados terrícolas, otrora originarios de un planeta al que ya no pertenecen, asomados al borde de las aguas de un lago de Marte, a partir de ese instante descubren, espejada, la cara de los marcianos.
Marciano siempre allí donde estuviera, voluntariamente extranjero es el lector, que va y viene, una y otra vez.
Como Nemo, vaga en la lejanía, -el anhelo por los mapas y los mares no lo abandonará-.
3) En “El libro de arena”, Borges registró el sonido que produce el imposible olvido (“Una sola cosa no hay; es el olvido”; J.L.B.): en un desierto de arena el azar insomne escribe.
El murmullo del curso del tiempo es inubicable. Entre granos de arena no hay lazo, ni hay causa suficiente.
En las pausas entre olvido y más olvido, deseo, de aventura y desventura, de leer lo que no se escribe.
Early sunday morning, E. Hopper |
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