“…Despertó, paralizado por una sensación de catástrofe. Inmóvil, pestañeaba en la oscuridad, prisionero en una telaraña, a punto de ser devorado por un bicho peludo lleno de ojos. Por fin pudo estirar la mano hacia el velador donde guardaba el revólver y la metralleta con el cargador puesto.(…) ´A la disciplina debo todo lo que soy´, se le ocurrió. Y la disciplina, norte de su vida, se la debía a los marines. Cerró los ojos. (…) Miró el reloj: cuatro minutos todavía.(…)Las cuatro en punto, ahora sí. Encendió la lamparilla de la mesa de noche, se puso las zapatillas y se levanntnó, sin la agilidad de antaño. (…)Encontró inmaculadamente lavados y planchados el suspensor, el short, la camiseta, las zapatillas. Se vistió, haciendo gran esfuerzo. (…)se echó a reir mientras trepaba a la bicicleta estacionaria y comenzaba a pedalear(…) El pedaleo le caelntnó el cuerpo. Se sentía en forma. Quince minutos. Suficiente. Otros quince de remo, antes de empezaar la batalla del día. (…)Dejó de remar cuando sintió un calambre …(…)Prendió la radio (…)Se había lavado los dientes y ahora se afeitaba, con la minucia que lo hacía desde que era un mozalbete en la prángana, en San Cristóbal.(…)Se enjuagaba la cara(…) Llenó la bañera con sales y se hundió en ella con la intensa satisfacción de cada amanecer(…) Salió de la bañera y se dio un chaparrón en la ducha. El contraste de agua caliente y gría lo animó.(…) Se puso el calzoncillo , la camiseta y las medias, que Sinforoso había doblado la víspera, junto al ropero, al lado del colgador donce lucía el traje gris, la camisa blanca de cuello y la corbata azul con motas blancas.(…) ..Iba a cumplir treinta y dos años llevando en las ESPALDAS el peso de un país (…) Se puso de pié ya calzado (…)Estuvo vestido , con chaqueta y corbata, a las cinco menos seis minutos. Lo comprobó con satisfacción: nunca se pasaba de la hora.(…) entró en su despacho (…) Buenos días, Excelencia (…)
Mario Vargas Llosa “La Fiesta del Chivo”, Fragmento entrecortado
" Yo estaba fascinado por la espalda blanda y rolliza de Hitler, siempre tan bien enfajada dentro de su uniforme. Cada vez que empezaba a pintar la correa de cuero que , partiendo de su cintura, pasaba al hombro opuesto, la blandura de aquella carne hitleriana, comprimida bajo la guerrera militar, suscitaban en mí tal estado de éxtasis gustativo, lechoso, nutritivo y wagneriano que hacía palpitar violentamente mi corazón...."
Salvador Dalí, "Diario de un genio", Barcelona, 1964
´A la disciplina debo todo lo que soy´, se le ocurrió. Y la disciplina, norte de su vida |
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