Nota de Héctor Mauas.
“…Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas.
Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.” (J.L.Borges; fragmento del epílogo a “El hacedor”; 1960).
“…Prolongan este vano mundo incierto
En su vertiginosa telaraña;
a veces en la tarde los empaña
el hálito de un hombre que no ha muerto.” (J.L.Borges; fragmento del poema “Los espejos”; 1960).
Mirar una cara es ya componerla como cara, semejante a otra cualquiera. Con alivio, entonces, se comprueba que una cara no es más que una cara entre las caras, oculta, como todas, en la aceitada bruma silenciosa que nos permite vivir entre los otros.
No es inverosímil conjeturar que el autorretrato busca hacer visible lo que no se ve cuando se mira una cara.
Vanamente, una y otra vez, con minucia y porfía, pintores y escritores buscan los bordes de ese vago universo cotidiano.
A lo largo del tiempo, persiguen lo irreconocible que hay en toda cara, apenas oculto, casi igual a lo que se cree haber visto y seguir viendo cada día.
Egon Schiele |
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