En la Edad Media el niño había sido considerado vástago de un tronco comunitario, parte del gran cuerpo colectivo, y por consiguiente pertenecía al linaje, al menos, tanto como a sus padres.
Desde finales del siglo XIV, en los medios acomodados de las ciudades, aparecieron indicios de una nueva relación con el niño. Se trataba, más que de nuevas muestras de afectividad, de una voluntad de preservar la vida del niño.
John Locke, en su obra La Educación de los Niños, de 1693, llamaba la atención a los padres sobre las virtudes de la prevención como medio más seguro de preservar la salud de sus hijos.
Se comienzan a modificar los comportamientos familiares, en relación al deseo de conciliar la necesidad de perpetuar el linaje, , por un lado, y la existencia del individuo como tal.
El espíritu de cálculo no se limita al terreno de la mercancía, se insinúa en la estrategia familiar en una forma desonocida hasta entonces, lleva a que se establezcan nuevas reglas. Las contradicciones entre el interés del linaje con el del individuo se resolverán mediante ajustes sucesivos, a medida que se vaya debilitando el espíritu del linaje, y que se vayan acrecentando los poderes del individuo. Aparece en correspondencia una nueva imagen del cuerpo. El cuerpo gana en autonomía, los vínculos de dependencia respecto de los parientes se aflojan.
El hecho de que el cuerpo individual se desgaje simbólicamente del gran cuerpo colectivo de la estirpe, constituye, seguramente, la clave de los nuevos comportamientos.
El niño ocupa en adelante un puesto muy importante en las preocupaciones del padre y de la madre, lo quieren por sí mismo y es su alegría de cada día.
Aparece una concepción de la vida menos circular, más lineal, más segmentada. Primero en las clases acomodadas, luego en las menos favorecidas. Primero en las ciudades, luego en los burgos y más despacio en el campo.
En la ciudad del Renacimiento, la relación íntima del niño con la madre tiende a desaparecer. La referencia a los antepasados, esencial hasta ese momento, se debilita. En la ciudad, cada vez hay menos sitio y menos tiempo que dedicarles. En este medio , en esta ciudad pensada como cuerpo, cada vez con más frecuencia la reducción a la familia nuclear implica el acondicionamiento de un espacio doméstico más íntimo.
Habrá un nuevo sentimiento de la infancia ya a comienzos del siglo XVI. Temas como los fajos, que privan de toda libertad corporal al niño que llega al mundo, las deformaciones voluntarias del cráneo con gorros y capillos durante la primera infancia, están instalados en el siglo XVIII, y provienen de aquel siglo.
La “leche mercenaria” se condena con firmeza. “Lo que en la leche se mama, en la mortaja se derrama” reza un dicho de la época.
Sin embargo hay padres que aún dan a sus hijos a criar, y otros hallan en su compañía entretenimiento y alegría.
Esto significa una mayor libertad, pues se puede elegir.
Los textos de los siglos XVI y XVII se hacen eco del “nuevo niño”. Es más despierto, más maduro. Los moralistas comienzan a condenar y denunciar la complacencia de los padres y madres respecto de sus hijos. Para luchar contra semejantes excesos, aparece una corriente que pretende imponer en el transcurso del siglo XVII reglas de comportamiento conformes al decoro. Aparece una actitud represiva frente a una educación privada en la que se concede demasiada importancia a la afectividad. Esta será una de las razones por las que la Iglesia y el Estado se harán cargo del sistema educativo.
Habrá entonces un paso de lo privado a lo público, en coincidencia con la voluntad del poder político y religioso de controlar el conjunto de la sociedad.
Las nuevas estructuras educativas, contarán rápidamente con la adhesión de los padres. Se convencen de que sus hijos están siempre a la merced de los instintos primarios y que es preciso contenerlos. Será importante someter sus deseos al gobierno de la Razón. Llevar a un niño a la escuela será por lo tanto, sustraerle a la naturaleza. Se responde así a las exigencias del individualismo que va en aumento.
Existe un paralelo entre el paso de la familia troncal a la familia nuclear, y el paso de una educación pública comunitaria y abierta, que tenía por objetivo integrar al niño en la colectividad para adoptar los intereses y sistemas de representación de la estirpe, a una educación pública de tipo escolar, destinada a integrarle, pero sobre todo a facilitar el desarrollo de sus capacidades.
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