“¡ Escuchá, escuchá, … no se oye nada !”-, reclama un personaje de cuento de Roberto Fontanarrosa, asombrado frente al milagro obrado en su propio cuerpo por la aparición abrupta de orejas descarriadas, que han podido oír ese algo de la nada que habitualmente se rellena con lo que se cree escuchar.
Sin la frescura del chiste, Lacan sugirió que el delirio inevitable de los cuerdos es creer que libremente nos hablamos y escuchamos los unos a los otros.
“…Por la ventana abierta del estudio de Gandini llegaban los rumores del mundo. Una confusa profusión de sonidos inarticulados, cortinas musicales, alaridos políticos, voces televisivas, sirenas policiales, anuncios de conciertos internacionales de rock and roll…” ( párrafo de Piglia , “Retrato del artista”)
Para sustraerse del torbellino de todo cuanto ordena ser escuchado y aprendido, es de sabios no huir, y dejar apenas entornada la ventana.
Del sonido y la furia ya caídos, quedan en el suelo los restos mudos desechados por las voces declamantes que han bajado de olimpos, tarimas o balcones.
Nada resulta más lejano que aquello que yace obstinado en el piso que sostiene a cada quien
Es aire fresco que sopla y que así como sopla se detiene, como un piano en la noche.
Héctor Mauas
No hay comentarios:
Publicar un comentario