lunes, 13 de octubre de 2014

Historia a través del Arte

Noemí Pilar Molinero
Profesora de Historia

Mi creación:
Cursos de Historia a través del arte, que abarcan toda la historia de la humanidad, desde los comienzos hasta la actualidad.
Desarrollé, siguiendo el mismo método, una Historia de los Estados Unidos de Norteamérica y una Historia de Argentina a través del arte.
Para  conocer mejor mi enfoque me pareció que era pertinente incluir aquí ciertas reflexiones acerca del tema en general.(colaboración de Héctor Mauas)




DESPOJAR.

Despojado de su voluntad, quien mira –o escucha, o lee- queda suspendido de las fuerzas con las que el arte lo atraviesa.

Sea en tela, piedra o sonido, la obra se sostiene a sí misma. Nada comunica ni a nadie se dirige.

Nada tiene que decir.

DESATURDIR.



El habla no cesa en los museos.

La voz humana cree ser imprescindible.

Eric Laurent, psicoanalista, conjeturó que una  interpretación bien modulada produce silencio  como a veces lo produce la música de Mozart (la cita no es textual).

En el mundo global, desagrietado, son obligatorios la conexión y el mensaje, llevados a un creciente y nunca alcanzado grado máximo de desarrollo intrusivo.

El deseo se oculta, entonces. Persiste en el anhelo de lugares en donde algún silencio respire sin reinar.

¿Es el aire lejano que intentan preservar las bibliotecas, los museos?

En cambio, no hay silencio global.

No es Uno, equivalente para todos. No es siempre el mismo, ni es intercambiable.

DESALOJAR.

El historiador G. Duby observó que los poemas de amor cortés no reflejan las situaciones ni el

contexto del auditorio medieval.

El arte  no es necesariamente reflejo de la realidad, ni es, necesariamente, nada.

En Gilles Deleuze, el arte está en ruptura con la dimensión humana. Abandona la representación, y se abre al territorio del devenir no-humano. Es una práctica del extrañamiento.

 Roland Barthes, en “ Querido Antonioni ”, su carta a Michelangelo Antonioni, apunta que “….Las tres virtudes que a mis ojos constituyen al artista. Las nombro ahora mismo: la vi­gilancia, la sabiduría y, la más paradójica de todas, la fragilidad…”

Dice: “Hablando con propiedad, contrariamente al pensador, un artista no evoluciona; explora, como un instrumento muy sensible, lo nuevo sucesivo que le presenta su propia historia. Su obra no es un reflejo fijo, sino un muaré donde penetran, según la inclinación de la mirada y las tentaciones del tiempo, las figuras de lo social o de lo pasional, y las figuras de las innovaciones formales, -desde el modo de narración al uso del color-. El cuidado con el que usted trata la época no es el de un historiador, un político o un moralista, sino más bien el de un utopista que procura percibir el mundo nuevo en unos puntos precisos, porque tiene ganas de ese mundo y ya quiere formar parte de él. La vigilancia del artista, que es la suya, es una vigilancia amorosa, una vigilancia del deseo”.

 Entrevistado, García Canclini dice que el arte es un lugar de experimentación y juego con la incertidumbre, más que una búsqueda de certezas cognitivas.

DESCOMPROMETER.

Jorge Luis Borges, temprana y definitivamente, fisuró el concepto de arte comprometido.

Este concepto parte del supuesto de que “Autor” es quien puede manejar su obra a voluntad. Y, por lo tanto, “Autor” es sólo quien cumple con la tarea de imprimir sentido.

En Borges y en tantos otros, mejor resulta la fórmula inversa. Hay obra, y el llamado autor es el causado.

En épocas de censura mayor o menormente  dictatorial, o sea, en toda época, se reproducen los intentos de convertirse en amo del habla. Se imponen modos y modales.

Se grita, se educa, se conduce a través del arte.

Autores que manejan personajes. Abundan.

DESCENTRAR.

La autonomía en el arte, en cada etapa y en todas, de algún modo corresponde a la presencia de modernidad.

Cada etapa crea su modernidad, una lejanía con el propio presente, en la que los “artistas” se distancian  de los condicionamientos religiosos y políticos, se ubican por fuera de la “conciencia” de la época, es decir, fuera de la globalidad también siempre presente, y su deseo, atareado, no es sino el intento de generar formas parcialmente independientes de  fuerzas exteriores al acto creativo.

Junichiro  Tanizaki desarma  los dispositivos de acercamiento. Se aleja de la hiperclaridad que multiplica miradas y lugares.

Crea islas de percepción, contralugares para mirar desde la sombra.

“Contrariamente a los occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente y tal cual, para convertirla en un ingrediente de lo bello”.

No se desecha lo que existe. Se lo usa y se lo valora en su cualidad propia.

Es la invención sombría y callada de una cercanía con el arte que respete las distancias y los tiempos, dejando que trabajen las fuerzas que nos constituyen.

DESEDUCAR.

 El arte nada enseña, no señala, no evoluciona. No mejora ni empeora.

 No es, por fortuna, un acto educativo encadenado a la velocidad de la producción.

Deja aprender. Nos vuelve ignorantes, frescos.

No más luz, sino una sombra descubierta.

El arte florece en las semipenumbras y produce  silencio.

DESUJETAR.

En cada época está presente y funcionando lo que Lacan llamó Discurso del Amo, que busca la unidad, -sea la unidad nacional, la unidad de la lengua-, y busca el equilibrio de las fuerzas heterogéneas para imponer una mirada capturada en la lógica de la masa, donde al imponerse una identidad se imponen las leyes del mercado.

El sujeto queda sepultado bajo las insignias con las que se lo nombra, y permanece capturado, en este aspecto, como mercancía, intercambiable, consumidor de valores y valor a ser consumido.

Cada época se define por aquello que ve, es decir por aquello que debiendo ser visto se arma como espectáculo.

La mirada social se constituye como ceguera, como mirada conducida por un discurso que la antecede.

Cada época se define por lo que dice y hace decir, haciendo de cada hablante un sujeto que cree ser el amo de lo que dice, que cree, sobre todo, en lo emitido por su propia boca. Una lengua se define por lo que permite decir. Por lo tanto, aparece el milagro de la autorrealización: cuanto más se habla, más se libera.

Por el contrario, la lengua se define por lo que obliga a decir. La lingüística ha establecido que somos hablados por el lenguaje. No somos amos. No somos.

“ Mirada es algo que se despliega a pince­ladas sobre el lienzo, para hacerlos deponer la vuestra ante la obra del  pintor.”(Lacan, en El Homenaje a Marguerite Duras)


En el ejercicio de su escritura, algunos literatos se han exilado de su propia lengua. La lectura queda fracturada y también, en consecuencia, la identidad del lector.

Desde el lienzo, la mirada retorna afectada por  la fragmentación diseminante. Así, le es devuelta su capacidad de extrañamiento.





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