A principios del siglo XVIII la peste negra de mediados del siglo XIV todavía castigaba, pero sólo por breves períodos y en lugares aislados, pues nunca más volvió a representar el peligro universal que había sido aquella vez, tal vez porque los seres humanos habían ido adquiriendo inmunidad.
En cambio en el siglo XVIII la viruela iba en aumento y el gran miedo que inspiraba no se debía meramente a que con frecuencia mataba, porque en caso de no hacerlo desfiguraba. Las grandes marcas que dejaba convertían los rostros en máscaras de fealdad, por eso a comienzos de ese siglo la viruela era la enfermedad más temida.
Se sabía que si uno conseguía sobrevivir a la viruela quedaba a salvo de un segundo ataque y que un paciente podía contraerla sólo una vez.
Como algunos casos de viruela no sólo no desfiguraban sino que garantizaban inmunidad, se pensó que era preferible tener un caso benigno que ninguno en absoluto.
Y era de pensar que si uno se acercaba a una persona aquejada de caso benigno se podía contagiar el mismo tipo y así quedar inmunizado.
En 1713 la poetisa inglesa Lady Mary Wortley Montagu (Mary Pierrepoint - nombre de soltera – vivió entre 1689 y1762), acompañó en viaje a su marido Wortley Montagu quien en 1716 fue nombrado embajador ante la Sublime Puerta ( Imperio Turco).
En el viaje tuvieron oportunidad de pasar por Viena y Adrianópolis antes de llegar a la propia Constantinopla. La embajada fue breve, y fue llamado de vuelta en 1717, pero el matrimonio permaneció en aquella ciudad hasta 1718. La historia de este viaje y sus observaciones de la vida en Oriente se cuentan en las Cartas de la Embajada Turca (Turkish Embassy Letters), una serie de cartas vivaces y llenas de descripciones gráficas; se suelen considerar como inspiración de las siguientes viajeras/escritoras y también de buena parte de la producción artística que se engloba en el concepto de orientalismo.
Del Imperio otomano, Lady Mary (que aunque sobrevivió, la enfermedad le hizo perder sus largas pestañas y le dejó el rostro lleno de marcas, en su propia piel mostraba las cicatrices de la viruela, y había visto morir a su hermano por ella) trajo a su vuelta a Inglaterra la práctica de la variolización como profilaxis contra la enfermedad. En Estambul se enteró de una práctica antiquísima para prevenir la viruela que realizaban las mujeres turcas. Consistía en introducir una pequeña cantidad de un exudado de viruela de un enfermo, en una escisión que se hacía en la piel de la persona sana que se quería inmunizar. Trajo noticias a su país de que en Turquía inoculaban a las personas, pus de las pústulas de quienes habían contraído formas benignas de viruela y de esa manera se aseguraban de que el sujeto inoculado se contagiaría. El único inconveniente era que no siempre cabía la seguridad de que un caso benigno en una persona no se convirtiera en uno grave en la persona inoculada, hasta el punto de causarle la muerte.
Lady Mary hizo inocular a sus propios hijos, y se enfrentó a los poderosos prejuicios que había contra tal práctica; de modo que fue precursora de la vacunación, que de modo científico pondría en marcha en 1796 Edward Jenner.
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