martes, 8 de marzo de 2016

LA LITERATURA ANGLOSAJONA


"...No mencionar directamente las cosas era casi un deber..."
En la literatura anglosajona, como en las otras, la aparición de la poesía es anterior a la aparición de la prosa. Cada verso tiene un número indeterminado de sílabas y se divide en dos secciones, cada una con dos acentos rítmicos. No hay rima ni siquiera asonancia; el principal elemento del verso es la aliteración, es decir, la sucesión de palabras que empiezan con la misma letra, generalmente tres en cada línea (dos en la primera mitad y una en la segunda). Las vocales aliteraban entre sí; es decir, cualquier vocal aliteraba con cualquier otra. El hecho de que los acentos rítmicos fueran cuatro y las aliteraciones tres, sugiere que lo primordial eran los acentos y que las aliteraciones servían para marcarlos. Esta regla, bastante rigurosa en los textos clásicos, fue descuidándose con el tiempo. La lengua anglosajona ha muerto, pero el placer de aliterar perdura en el inglés, no sólo en las locuciones (safe and sound, fair or foul, kith and kin, fish, flesh or fowl, friend or foe), sino en los titulares del periodismo y en el lenguaje comercial (pink pills for pale people). A fines del siglo XVIII, Coleridge, en su Balada del viejo marinero, combinó rima y aliteración en la estrofa:
The fair breeze blew, the white foam flew,
The furrow followed free,
We were the first that ever burst
Into that silent sea.
Los nombres habituales de las cosas no siempre se prestaban a la obligación de aliterar; fue necesario reemplazarlos por palabras compuestas, y los poetas no tardaron en descubrir que éstas podían ser metáforas. Así, en el Beowulf, el mar es el camino de las velas, el camino del cisne, la taza de las olas, la ruta de la ballena; el sol es la candela del mundo, la alegría del cielo, la piedra preciosa
del cielo, el arpa es la madera del júbilo; la espada es el residuo de los martillos, el compañero de pelea, la luz de la batalla; la batalla es el juego de las espadas, la tormenta de hierro; la nave es la atravesadora del mar; el dragón es la amenaza del anochecer, el guardián del tesoro; el cuerpo es la morada de los huesos; la reina es la tejedora de paz; el rey es el señor de los anillos, el áureo amigo de los hombres, el jefe de hombres, el distribuidor de caudales. En las vidas de santos, el mar es asimismo el baño del pez, la ruta de las focas, el estanque de la ballena, el reino de la ballena; el sol es la candela de los hombres, la candela del día; los ojos son las joyas de la cara; la nave es el caballo de las olas, el caballo del mar; el lobo es el morador de los bosques; la batalla es el juego de los escudos, el vuelo de las lanzas; la lanza es la serpiente de la guerra; Dios es la alegría de los guerreros. En la balada de Brunanburh, la batalla es el trato de las lanzas, el crujido de las banderas, la comunión de las espadas, el encuentro de los hombres. El manejo de estos sinónimos que, con el tiempo, llegaron a ser convencionales era de rigor entre los poetas. No mencionar directamente las cosas era casi un deber.
Aisladas del contexto y enumeradas, estas metáforas parecen muy frías; no hay que olvidar que las favorecía la melodía del verso. Además, en el original eran más breves que en español; cada una de ellas constaba de una sola palabra compuesta y era sentida como una unidad. Así, la metáfora que trabajosamente da en español «encuentro de las lanzas», era en anglosajón garmitting. Las palabras compuestas son una formación natural dentro de los idiomas germánicos; en alemán se dice Fingerhut (sombrero del dedo) por dedal, Handschuh (zapato de la mano) por guante y Regenbogen(arco de la lluvia) por arco iris.
William Turner, "Cohetes y luces azules"
Fragmento de "Literaturas Germánicas Medievales", (1966)
Jorge Luis Borges

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