En el origen de las literaturas germánicas está el obispo de los godos, Ulfilas (Wulfila, Lobezno), que nació en el año 311 y murió hacia 383. Su padre era godo, su madre una cautiva cristiana; además de la lengua gótica, Ulfilas dominaba el latín y el griego. A la edad de treinta años debió cumplir una misión en Constantinopla, donde profesó el arrianismo, doctrina cristiana que niega la generación eterna del Hijo y su consustancialidad con el Padre. Hacia esa fecha fue ungido obispo por Eusebio de Nicodemia. Poco después regresó a su patria e inició, al norte del Danubio, la conversión de los godos. Su tarea misionera fue ardua. El rey Atanarico, fiel a sus antiguas divinidades, ordenó que un carro con la tosca imagen de Odín recorriera el país; quienes le negaban su adoración eran entregados al fuego. La persecución arreció; en el año 348 Ulfilas atravesó el Danubio con su pueblo, sus rebaños y sus majadas, y los condujo a una retirada región, en la actual Bulgaria. Lejos del tumulto guerrero de sus hermanos, los conversos emprendieron ahí una vida pacífica y pastoril.
Dos siglos después, el historiador Jordanes escribiría en la obra De rebus Geticis: «Otros godos hubo también llamados menores, nación inmensa, cuyo obispo y jefe fue Vúlfilas, que, según es fama, los instruyó en el arte de la escritura; son los que habitan ahora en Eucópolis. Pacíficos y pobres, se establecieron al pie de una montaña, sin otro caudal que el ganado, los campos y los bosques. Sus tierras, abundantes en frutos de toda especie, dan poco trigo, y en lo que se refiere a las viñas, muchos no saben que hay tal cosa en el mundo; sólo se alimentan de leche.»
De sus escritos en idioma griego nada ha quedado, y de los latinos sólo la breve confesión en que reiteró, en la hora de la muerte, su fe: Ego Ulfilas semper sic credidi... La gran obra de Ulfilas fue su traducción visigótica de la Biblia: «Omitió con prudencia -ha observado Gibbon- los cuatro Libros de los Reyes, que hubieran propendido a excitar el sanguinario espíritu de los bárbaros.» Antes de acometer la traducción, hubo de crear el alfabeto en que la escribiría. Los germanos poseían el alfabeto rúnico, que constaba de veintitantos signos, aptos para ser grabados en madera o metal, y vinculados, en la imaginación popular, a las hechicerías paganas. Ulfilas tomó dieciocho letras del alfabeto griego, cinco del rúnico, una del latino otra no se sabe de dónde, que tenía el valor de Q, y fabricó así la escritura que se llamó ulfilana y también maeso-gótica.
Largos fragmentos de la Biblia ulfilana se conservan en el Codex-Argenteus (Códice de Plata), así llamado porque las letras y la encuadernación son de plata. Este manuscrito fue descubierto en
Westfalia en el siglo XVI y está ahora en Upsala. Un palimpsesto hallado en la biblioteca de un monasterio italiano ha revelado otros fragmentos de la obra. (Se da el nombre de palimpsesto a los pergaminos cuya escritura ha sido borrada para estampar encima otro texto.)
La Biblia gótica es el monumento más antiguo de las lenguas germánicas. Ulfilas hubo de superar vastas dificultades; la Biblia, más que un libro, es una literatura; reproducir esa literatura, a veces compleja y abstrusa, en un dialecto de guerreros y de pastores es un trabajo que parecería, a priori, imposible. Ulfilas lo cumplió con decisión, a veces con agudeza. Prodigó, como es natural, barbarismos y neologismos; tuvo que civilizar el idioma. Su lectura nos reserva sorpresas. En el Evangelio de Marcos (VIII, 36) está escrito: «¿Qué aprovechará al hombre, si granjeare todo el mundo y perdiere su alma?» Ulfilas traduce mundo (cosmos, orden en el original) por bella casa. Siglos después, los anglosajones traducirían mundo por woruld (wereald, edad del hombre), que contrapone el tiempo humano a la infinita duración de la divinidad. Los conceptos de cosmos y de mundo eran harto abstractos para los sencillos germanos.
Así, por obra de Ulfilas, remoto precursor de Wyclif y de Lutero, los visigodos fueron el primer pueblo de Europa que dispuso de una Biblia vernácula; Francis Palgrave, para explicar esta prioridad, sugiere que la traducción del texto latino a una lengua romance hubiera corrido el albur de parecer un tosco remedo o una irreverente parodia, dada la similitud entre aquél y éstas.
Antes de la era cristiana, los idiomas germánicos se habían dividido en tres grupos: el oriental, el occidental y el septentrional. El septentrional logró su máxima difusión con la lengua de los vikings,
Códice de plata |
enteramente. No lo salvó el destino imperial de la estirpe; Quevedo y Manrique celebraron las glorias de sus antepasados, los visigodos, pero lo hicieron en español, hijo del latín.
(*) Fragmento de Literaturas Germánicas Medievalles, (1966)
Jorge Luis Borges
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