sábado, 19 de marzo de 2016

ESCUCHAR EN EL DESIERTO

Extracto de conversación con Héctor Mauas (*)

A la pregunta ¿"Quién eres?", Dios responde "Yo soy el que es". El Ser queda ubicado fuera del hombre, y el hombre, castrado, queda separado no sólo de la certeza de representar la verdad de la palabra de Dios, sino también separado del lenguaje mismo. El hombre no ejerce señorío sobre el lenguaje.
Cuando se dirige a Israel: dice "Escucha, Israel".
No es ver, ni tocar, ni oler, ni saborear. Es escuchar. Tampoco es una orden, sino, más bien, una exhortación.
Y además, dice "Yo soy Dios, TU unico Dios". El tuyo, no el de todos.
Es una cuestión de pacto, pertenece al orden de la lengua y no al orden de lo fáctico. ¿Quién elige, entonces? ¿Dios elige al pueblo de Israel, o es alguien, un hombre, un hombre junto a otros pero que nunca deja de estar solo, quien elige escuchar la palabra que le es dirigida? Es un acto que se sostiene a condición de escuchar, y de escuchar cada vez desde el inicio. Escuchar, aquí, es el opuesto a obedecer.
La cultura, para Freud, se construye a partir de la prohibición, del límite puesto al goce que no tiene fronteras.
No hay garantía, no hay frontera inexpugnable. Sólo fuerzas en pugna. Sólo cabe escuchar, aún cuando se sepa que aquello que se construye está destinado a caer, una y otra vez. ¿Para qué sirve escuchar, entonces? Para nada que no sea seguir escuchando.
¿Acaso se escucha algo claro, se escucha acaso lo que usualmente se llama “mensaje”, inequívoco? No. Por el contrario, Cada vez que se cree haber escuchado algo cierto, ocurre que hay profeta, hay Dios, el mismo para todos de una vez y basta de escuchar. Nada de vacíos. Todo lleno. Amos.
No se entiende qué razón práctica hay para escuchar, puesto que obedecer es siempre es más fácil que escuchar, más operativo, se supone que hay alguien que sabe lo que ordena y sólo queda obedecerlo y, por supuesto, no permitir que nadie haga algo diferente. ¿Predicar en el desierto? .Tal vez la cuestión es otra. Escuchar es siempre escuchar en el desierto, donde acaso nadie habla, y no hay la verdad revelada para siempre.
Escuchar alli donde no hay prédica ninguna. Inventarla, desorientadamente.







“…La tesis de Freud es que Moisés habría sido un sacerdote de la religión de Atón, siéndole inviable la posibilidad de llevar el mensaje de ese dios único y también ético en el pueblo egipcio, elige al pueblo hebreo como seguidores para sostener su credo. Freud dice que la idea del pueblo judío de ser el elegido de Dios no sería sino un desplazamiento del hecho de haber sido elegido por su líder, Moisés.
Con los siglos se habría impuesto al dios bárbaro, al dios del goce, a Yahvé el dios volcánico. Este hecho esencial, el retorno al dios antiguo, tiene varios efectos que dan razón del carácter del pueblo judío.
Advertimos, no es lo mismo que el título del texto de Freud sea El hombre Moisés y el monoteísmo que Moisés y el monoteísmo, ya desde el título subraya que Moisés no es un dios porque hay sólo uno. El rezo que subraya el pueblo judío: “Escucha, Israel, Adonai es nuestro Dios, Adonai es único, Dios es uno”. Dice Freud que esto produce una eficacia: prohibir imágenes, estatuas, amuletos, es una restricción del goce pulsional que queda disponible para la sublimación. Uno de los caracteres que Freud subraya en el pueblo judío es su relación a la cultura, su creación en las ciencias, en las artes, en el pensamiento, probablemente su contribución a la creación del primer alfabeto, y esencialmente los valores éticos, el Maat de Atón, la relación a la verdad y a la justicia, que está sostenido en el antiguo testamento bajo el modo de “Los diez mandamientos”, el decálogo. Comienza con el primero que es “Yo soy tu Dios, tu único dios”. Ustedes dirán: -“¿y eso que tiene de ético?” Es que si hay un Dios único, ningún ser humano puede decir “Yo soy Dios”. Implica una propuesta de castración en la medida que ningún humano puede pretenderse con la certeza de la palabra de Dios. Pero tiene un precio, dice Freud, que atraviesa a la historia judía con persecuciones, muertes, genocidios. Y es que el judaísmo queda atravesado por un sentimiento de culpa, fundado en una doble razón: la primera es la negación de haber asesinado a su líder. La segunda es que el Dios que lo eligió como pueblo no pareciera haberle dado la leche y la miel que le había prometido; para seguirlo venerando en vez de reprocharle que no cumple con el pacto, se hecha la culpa sobre sí mismo. Esta es la tesis de Freud, quien dice que del mismo judaísmo salió alguien que tuvo la osadía y la visión de reconocer esta culpa original, fue un judío fariseo, romano, oriundo de Tarso, llamado Saulo de Tarso y conocido como Pablo. Pablo es el gestor de la religión cristiana. Pablo no conoció a Cristo, escribe sus Epístolas años después de su muerte, los apóstoles sí fueron testigos presenciales de la peripecia cristiana. Pablo, cuando construye los fundamentos de la religión cristiana comienza diciendo que todos somos pecadores, que hay un pecado original. Y en la religión cristiana el hecho esencial que la constituye está centrado en la figura de Cristo, y Cristo, como dice Nietzsche, es el Dios al que los hombres matamos, el cristianismo reconoce que tenemos un pecado original, que hemos matado a Dios.(**)





(*)a raíz del texto de Isidoro Vegh: Freud, Lacan, el Moisés y la metáfora paterna, http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=539
(**)Fragmento de texto de Isidoro Vegh: http://www.imagoagenda.com/articulo.asp?idarticulo=539



No hay comentarios:

Publicar un comentario