martes, 9 de febrero de 2016

SUCUMBIR A LA PROPIA VICTORIA

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Nota de Héctor Mauas
Frase escuchada en una reunión de profesores universitarios:
“La educación es una herramienta que puede estar al servicio de liberar o de dominar.”
“Liberar o dominar”. Cielo o Infierno.
Ya se conoce la geografía básica de estos lugares. Se localizan uno por arriba del otro y mutuamente se sostienen.
Cuando, de acuerdo a la pastoral educadora, se use dulcemente la herramienta, ¿habrá llegado el tiempo del cielo sin infierno?
Los delegados del Bien, creen.
Creen que las herramientas son servidores, y quienes las operan, amos –buenos o malvados-.
Creen que los operadores saben lo que hacen, bien o mal, y hacen, además, lo que quieren. El educador educa: la educación puede ser manejada a voluntad.
Lo mismo se cree del lenguaje, del trabajo, de las relaciones y los lazos sociales.
Lo mismo de la voluntad, de la conciencia. Son propias, se manejan.
La Voluntad, La Conciencia, La Libertad, El Amor.
Se ha invertido la cuestión para mejor ignorar la acción de fuerzas que nos son ajenas –causalidad metonímica la bautizó Jacques-Alain Miller-.
Las herramientas encuentran siempre servidores obedientes, tanto más obedientes cuanto más soberanos se sueñan.
Tarde o temprano, lo expulsado del paraíso, retorna: “liberar y dominar”.
La palabra "libertad", concebida fuera de las determinaciones que operan sobre el sujeto, es una palabra fácil.
En su nombre, puede decirse cualquier cosa con la sola condición de acomodar el enunciado a la siempre indignada dulzura de los ideales.
En Spinoza, la esperanza es una pasión triste que los poderes alimentan para mejor someter a los que sueñan y trabajan. No dejan de trabajar, -sueñan incluso mientras producen-.
Escuchar con un mínimo de distancia no equivale a resignarse, ni justifica la resignación. Se puede pensar sin estar identificado, sin necesidad de ser.
De cuanto existe, es útil saber que, en todo caso, no será lo único que exista, ni sin conflicto.
No existe sueño sin su correspondiente pesadilla.
"¡...Ay, quién no ha sucumbido a su propia victoria !". (F. Nietzsche; “Así habló Zaratustra”).

The Fountain of Love, Jean Honoré Fragonard 1732 1806

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