“Sólo los idiotas creen en la realidad del mundo. Lo real es inmundo, y hay que soportarlo”. J.Lacan.
1.-La idiotez como Pasión edificante.
Los idiotas idiotizados por idiotización –normalizados, historizados porque el Amo de turno los encadenó, ¡al fin!, a la secuencia productiva-, son custodios de la cadena que los identifica, y predicadores de la buena nueva.
La luz del Progreso avanza, y nada ni nadie debe quedar ya bajo la sombra. El Sol sale para todos, implacable.
Como lo señala Jean-Claude Milner, la soberbia del liberto necesita ignorar que la caída de la esclavitud no es otra cosa que el triunfo de la plusvalía.
Los idiotas idiotizados por idiotización masificante, son seres, seres humanos, seres humanos devenidos ciudadanos, libres, iguales, fraternos.
Idiotizar, idiotizarse, es apasionadamente hacer de lo vivo ladrillo para construir y seguir construyendo.
En la mansa dictadura del humanismo, lo singular, lo que no se deja reducir a serie y por lo tanto no es igualitario, se opone a la fraternidad obligatoria, y permanece resistente a la totalización del reino.
Lo singular no forma conjunto ni se empareja, no gana ni pierde ni empata, ferozmente no es.
2.-Los operarios dejan caer los brazos por un instante al menos.
En relación al ilimitado continente de la estupidez descubierto por Flaubert, Philippe Sollers sugiere que la despreocupación y la indolencia del arte y del estilo resultan ofensivas al afán clasificatorio.
El estilo es indócil. No se presta a servir como material de construcción, no es edificante, ni aleccionador.
Oscuramente lo inesperado inquieta. Cada quien resulta interpelado en su soberanía neuronal.
El estilo es insomnio silencioso, frío. No lo afecta el horror.
Y, por un momento, el operario deja de construir y reconstruir la realidad idiota. Tú, yo, cualquiera de nosotros.
Nota de Héctor Mauas, idiota.
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